martes, 28 de febrero de 2012

Marx


                                  Marx

Uno de los errores de la visión marxiana es que administra ideológicamente las sociedades desde su producción, y, al hacerlo, conspira en una deformación del concepto con respecto a la realidad.

Similar en todo caso a lo que hacemos en el teatro. Así como en el segundo acto resultaría incongruente la aparición de un personaje que hablara y actuara como si aún discurriera el primero, así los marxistas tendemos a olvidar que la producción puede definirse e interpretarse por la forma de producir imperante, la que produce los mayores renglones, pero nunca será la única.

Así, la consigna socialismo o barbarie, tan manida, carece de lógica interna, y por lo tanto de verdad. El resultado final será más bien socialismo y barbarie. Como coexisten hoy en el capitalismo la producción automatizada y el esclavismo.

Esa barrera ideológica hacia atrás es también una barrera hacia adelante. Mientras el capitalismo exista como medio de producción dominante no se puede pensar en un socialismo.

No es sorprendente entonces que los intentos de construir comunidades hacia el socialismo hayan sido premarxistas. O para-marxistas.

La visión marxista ha enfatizado con respecto al papel del estado y su papel en la creación de una sociedad socialista históricamente dos pilares.

Uno, la concepción monolítica del estado capitalista, como una máquina bien aceitada que se opone a cualquier intento de disputa de su supremacía como árbitro final de cualquier disputa productiva, y el otro, la imposibilidad de construir una sociedad alternativa capaz de sobrevivir ante los intentos del estado capitalista de destruirla.

Mirado en términos de fuerza relativa, la elección del proletariado industrial como ejército de lucha, de sujeto de la revolución, fue acertada en el corto plazo, pues permitió enfrentar al estado capitalista, arrancarle por su intermedio conquistas quizás impensables sin esa organización proletaria, y de alguna manera utilizar a ése estado enemigo como garante de esas conquistas.

Incluso, aunque sólo en los países periféricos de economías atrasadas, y en combinación con la lucha campesina precapitalista, le permitió apoderarse del estado. De su parte política, pues en lo económico siguió siendo capitalista.

 

Pero los desafíos actuales ya no son los mismos, ni se presentan de la misma manera.

Para empezar, el proletariado industrial, de ser la columna vertebral y la cabeza de la lucha anticapitalista mundial, hoy es la retaguardia.

Una retaguardia aún nimbada de gloria por las luchas pasadas. El capitalista medio aún tiembla cuando los batallones de obreros industriales se ponen en marcha.

Pero ya no están en la calle.

Los trabajadores de sectores no productivos, de economía terciaria, son los que lo reemplazaron.

Sus métodos de lucha son distintos, y su capacidad de “hacer daño” es mediada. Cuando el proletariado industrial se paralizaba, y paraba la producción, miles de toneladas de acero y de carbón en todo el planeta cambiaban súbitamente de destino.

Comparado con ese poder, la capacidad obstructiva del trabajador de economía terciaria es casi nulo. Su lucha es más bien declamatoria que efectiva.

Como en el capitalismo y su neurosis por el ahorro cualquier gasto superfluo se termina, el estado ha adaptado su capacidad de represión a ésta nueva situación. La fuerza represiva del estado se ve desbordada por cualquier protesta que exceda el marco de éstos trabajadores. En el 2001 en Argentina, en 2011 en Medio Oriente, y en varios países más.

Inusualmente entonces, se da la paradoja de que cualquier organización revolucionaria se pudiera plantear la toma del poder.

Paradoja porque cualquier intento de hacerlo, (de tomar la casa rosada, por ejemplo), no permitiría a dicha organización hacerse con el poder del estado, que, como anotan los que leyeron Gramsci y dicen que lo entendieron, está basado en el consenso social.[1]

Obviamente, la crisis terminal del estado, un 2001 en argentina, deja esta paradoja momentáneamente en el aire, pues en una crisis así, se ha perdido todo consenso.

Pero, volviendo a las condiciones normales, ese consenso social previo debe buscarse en la lucha de clases.

Los avatares con que ésta se adorna nos permiten encontrar resquicios de enfrentamiento al sistema, no tanto físicos cuanto ideológicos.

Ahí no podemos enfrentar al sistema con los puños, pero sí con la cabeza.

Sí, ya sé, los zurdos estamos hartos de oír aquello de tiene razón pero marche preso.

Pero no olvidemos que el estado capitalista está pereciendo. Cual un gigantesco dinosaurio, ya no puede cumplir su rol.

Por ello, la capacidad de los trabajadores de la economía terciaria de aglutinar en su apoyo el consenso social puede volverse crucial en las luchas de clases que se avecinan.

Por otro lado, ésta disminución del estado permitiría, si nos lo planteáramos, el surgimiento de comunidades autonómicas que giraran al socialismo, no ya en lo económico solamente, sino en lo relacional, tanto hacia adentro como hacia afuera. [2]

Y es que la posibilidad fáctica de abrir comunidades socialistoides no se agota en sí misma. También se debe disputar un espacio libertario en toda la sociedad, transversalmente.

Quizás se deba a un desfase entre el lado objetivo y el subjetivo de la revolución, pero ahora se abren otras posibilidades que uno suponía que se abrirían recién después de tomar el poder.

Que al mismo tiempo son necesidades, por aquello de Gramsci.



[1] “La lucha de clases, dice Gramsci, ahora debe incluir una dimensión cultural; debe plantearse la cuestión del consentimiento de las clases subalternas a la revolución. “ Razmiz Keucheyan. Un Pensamiento Convertido en Mundo. Le Monde Diplomatique. Ed. 157. Julio 2012.
[2] Lo que dicen que quieren hacer y no hacen fidel y la unasur. Lo que resulta verboten en Cataluña.

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