La libertad es siempre el resultado de una
lucha. Una lucha librada en el interior del ser humano y en su exterior.
En el interior, entre el super yo y el
ello, y su resultado es lo que llamamos el yo. Si eliminamos esta lucha lo
único que quedan son rastros mnemónicos como saber dónde está el baño.
En el exterior, por mantener ese
equilibrio propio alcanzado. También en el exterior, la lucha es librada por la
adquisición de cultura como una manifestación social de ese equilibrio. El
individuo se somete a un sistema represivo porque necesita adquirir cultura.
(como se somete gradualmente a los mandatos del que aprende a identificar
socialmente como el súper yo y domestica con pesar su ello, que como dice
Chiozza, también es social) Vale decir, la sociedad discute a través suyo.
Pero una vez en relativa posesión de esa
cultura, el individuo comienza a suponer que tiene un yo que le es propio y munido
de esa adquirida y a medias consciente individualidad[1] se agrupa
con el resto de los otros individuos para formar una sociedad.
Y dentro del seno de esa sociedad lucha
por mantener esa cultura. Como significan dentro suyo los códigos que ha
internalizado junto con las estructuras que ordenan símbolos, cualquier
alteración en ese andamiaje lo rebela. El grado de libertad de que goza esa
sociedad indica hasta qué punto se encuentra amenazada por los sistemas
represivos de otras sociedades, que luchan por imponer otras estructuras o
familias de símbolos. O hasta qué punto puede consensuarlas.
O sea, la posibilidad de luchar
socialmente para defenderse, ya sea usando las armas o la palabra, es igual a
su grado de libertad. Hacia el interior y el exterior de esa comunidad
cultural.
El individuo mientras se somete a la
represión que conlleva la adquisición de cultura, internaliza estructuras que
le permiten administrar esas adquisiciones. El grado de permanencia de estas
estructuras dependen del grado de insistencia con que han sido montadas desde
el exterior, y del grado de la resistencia mostrada por el individuo a la
represión que acompañaba la obligación de montar esa estructura en particular.
O sea al grado de rebelión que motivaba en él la obligación de soportarla[2].
En la sociedad éstas estructuras son
llamadas instituciones, y también su grado de permanencia depende de una lucha
permanente entablada en torno a ellas. (entre el súper yo social y el ello
social, discutiendo a la vez en el interior de
todos los yo que las componen).
Como con la adquisición del yo, retirar la
lucha y sus actores de las instituciones las vacía y las convierte en edificios
donde sólo hay carteles que dicen dónde queda el baño.
Las alternativas de ésta lucha de todos
contra todos que llamamos cultura, o libertad, o individuos, o instituciones
sociales, dependen de vaivenes de la fortuna.
Entre ellos, el más recurrente y al que
llamaríamos “sobredeterminador”, es la manera en que se produce y se distribuye
la riqueza social.
Lo que Marx llamaba la infraestructura.
Los cambios en esa infraestructura
determinan muchos de los vaivenes de la fortuna que afectan la eterna lucha
entablada en torno a las instituciones, la cultura, etc.
Cuando los bienes producidos por la
sociedad no pueden ser administrados apropiadamente por las instituciones,
éstas son cambiadas por una revolución.
Es lo que estamos viviendo.
Y sucede a la vez en los dos ámbitos, el
individual y el social. Por eso se vuelven cruciales en la lucha el grado de
libertad individual y social.
[1]
Que empieza cuando es capaz de escribir su nombre, y termina cuando le dan el
dni que le permite votar.
[2] Bajando eso a tierra, se pinchó la goma,
llueve, sos el único varón en el auto. Otra, terminamos de comer, sos la única
mujer en la reunión, a vos te toca lavar los platos. Sos el varón adolescente,
a vos te toca sacar la basura.
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